ºººLos ojos y la mirada. Miradas que hablan. Sinceridad. (2)ººº


No se debe fijar la vista sobre nadie, particularmente sobre las personas de sexo diferente o que sean superiores; y, al mirar a una persona, deberá ser de modo natural, dulce y honesto, tal que la mirada no delate ninguna pasión ni afecto desordenado.

Es muy descortés mirar de través, ya que es signo de desprecio, cosa que no puede permitirse salvo, a lo más, a los amos respecto de sus criados, al reprenderles de alguna falta grave en la que hubieren caído. Produce mala impresión mover continuamente los ojos, guiñarlos una y otra vez, todo lo cual es índice de poco juicio.

No es menos contrario a la urbanidad que a la misericordia, el mirar con curiosidad y ligereza todo lo que se ofrece y debe procurarse no mirar demasiado lejos y sólo delante de sí, sin volver la cabeza y los ojos de un lado a otro. Pero como el espíritu del hombre le impulsa a verlo y saberlo todo, es muy necesario velar sobre sí mismo para abstenerse de ello, dirigiendo a menudo a Dios estas palabras del Profeta Rey: Dios mío, desvía mis ojos y no permitas que se paren a mirar cosas inútiles.

Es muy descortés mirar por encima del hombro, volviendo la cabeza: hacerlo es despreciar a las personas presentes. Dígase lo mismo de mirar por detrás o por encima de la espalda de otra persona que lee o tiene alguna cosa, para enterarse de lo que lee o tiene.

Hay defectos, con relación a la vista, que manifiestan tanta vulgaridad o ligereza que, de ordinario, sólo los niños o los escolares pueden caer en ellos. Por chabacanos que sean, nadie extrañe el que figuren aquí, con el fin de que los niños se guarden de ellos y de que se les pueda vigilar para impedir que se entreguen a los mismos.

Los hay que hacen muecas para parecer horribles, otros remedan a los bizcos o bisojos para provocar la risa. Los hay que levantan los párpados con los dedos; otros miran cerrando un ojo, como los ballesteros cuando apuntan. Todos estos modos de mirar don descorteses e indecorosos. No hay personas razonables ni niños educados, que no consideren estas muecas indignas de un hombre cuerdo.

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